El Pescador del Silencio

No empecé con un bote ni una red; empecé con silencio. En las calles multiculturales de Chicago, donde el jazz susurraba por ventanas y el graffiti cantaba como protesta, aprendí que el significado vive en la pausa entre las olas. Más tarde, en Auckland, cambié mi teclado por una caña. Cada mañana antes del alba, me sentaba en el muelle con café negro: sin teléfono, sin ruido—solo yo y la marea. La primera vez que atrapé algo, no fue un pez: fue silencio. Lo llamé ‘El Pescador del Océano’ no porque gané grande, sino porque persistí. Cuando otros buscaban bonos o eventos rápidos, yo observaba cómo el agua recordaba su propio ritmo: ¿25% de éxito? Bien. Pero lo que importaba era cuánto tiempo senté antes de caminar lejos.

Mi madre me enseñó: ‘El arte no es ruidoso.’ Mi padre dijo: ‘El código no arregla sistemas rotos—solo los revela.’ Así que cuando la plataforma gritaba por clics y compartidos, seguí lanzando.

En noches de invierno, cuando hasta los pescadores experimentados dejaban sus puestos vacíos, encontré oro—no en jackpots—sino en silencio. El verdadero premio no estaba en la pantalla; estaba en mis manos después de la medianoche.

No necesitas tener suerte para ser El Pescador del Océano.

Solo necesitas cuidar suficiente para escuchar—to sentir la ola antes de lanzar otra vez.