Soledad en la Multitud

Aún escucho la marea cuando cierro los ojos. Son las 2 a.m. en Brooklyn. La voz de mi madre resuena como un susurro. Dejé de pescar por suerte; ahora sé: se trata de presentarse. Me siento en el porche con café, no para ganar, sino para el silencio entre las olas. La primera vez que lancé la línea solo, ningún pez llegó. Pero sentí algo más profundo que dinero: un ritmo que solo el mar entiende. Dejé de perseguir premios. En cambio, observé cómo otros jugaban—algunos perdieron tres veces antes de sonreír con lágrimas. Un hombre esperó hasta el alba sin apostar. Él simplemente respiró con la marea. Esto no es juego. Es comunión. Cada apuesta pequeña es una ofrenda—not al machine, sino a ti mismo.