La soledad bajo la lancha

Solía sentarme al borde del muelle tras la medianoche, observando cómo las olas respiraban como susurros. Los peces no muerden porque tienen miedo—igual que yo. No se captura la suerte por fuerza. Se espera. Mi abuela decía: “En el océano, no hay ganadores. Solo quienes saben escuchar.” Hablaba en susurros, como si la marea guardara sus palabras. Esto no es un juego. Es un rito. Cada mañana, antes del amanecer, probaba mi “llave de pesca”—un carrete desgastado sin promesas. El RTP no importaba. El RNG no mentía. Lo que importaba era quedarse quieto hasta oír al pez respirar.

Lo llaman “pesca profunda”—pero yo lo llamo duelo hecho visible. He leído historias de extraños en foros: hombres que no ganaron horquillos pero lloraron solos en sus departamentos. Uno escribió: “No atrapé nada—but sentí todo.” Fue entonces cuando supe: la sanación no viene de capturar. Viene de ser sostenido por el silencio. No perseguimos trofeos. Guardamos ritmos. El último invierno, bajo luces de coral y olas estelares, conocí a una chica que dijo: “Puse un presupuesto para la alegría.” Y por primera vez—no lancé la línea. Ella solo observó. Y eso fue suficiente.