¿Has Sentido la Soledad del Mar?

Todo comenzó con un solo lanzamiento.

Tenía veintidós años cuando me senté por primera vez en ese bote oxidado en el puerto de Auckland—no como pescador, sino como quien buscaba silencio. El mar no hablaba. Solo respiraba. Me pregunté si podría atrapar algo real, o si me alcanzaría de vuelta.

El presupuesto nunca fue en dólares.

Gasté cincuenta céntimos por lanzamiento. No para ganar—sino para sentir el viento susurrar mi nombre como una vieja canción de lullaby. Mi madre llamaba cada domingo al atardecer: “¿Estás bien?” No respondía. Pero observaba las olas.

La red no es una máquina.

Llaman a eso “juego”. Pero yo lo llamo oración. Cada destello de la línea siente como sostener manos con algo salvaje—algo que espera ser visto, no tomado. En esos treinta minutos, ningún pez llegó… pero yo me fui más rico.

Aprendí esto: la soledad no está vacía.

Está llena—de aire salado, tonos crepusculares y gaviotas distantes llorando sobre muelles de hormigón. Mi abuela decía: “El mar no elige tu fortuna—tú eliges la tuya.” Así que lancé otra vez.

No necesitas ser un rey.

Solo necesitas presentarte—with valentía tranquila—and dejar que la marea te recuerde: no estás solo aquí.